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Monday, December 12, 2011

Entre delirios y recuerdos.

Otro día naranja amarillento entra por la azotea, escabulléndose entre los rincones;  las escaleras crujen y el viento sopla tan fuerte  como aquel viernes en el que Peter murió. La casa está tan llena.  Megan viendo sus novelas cotidianas; el tío Char  fumándose un tabaco al ritmo de Serrat y García;  Emily como de costumbre encerrada en su cuarto, nadie sabe lo que hace allí; papá haciendo su rutina de ejercicios, mamá en  la cocina, el perro tirado en el tapete rojo de la sala rascándose las pulgas y mordiendo el gato de peluche que en un tiempo fue mío, pero que ahora solo quedan algunos restos.  Así pasan los días en esta casa resquebrajada por los recuerdos  y los desaires.

Así después de unos 3 o 4 minutos de caminar por el techo, mamá grita, no pregunto cuál es el motivo, pues ella a veces lo hace porque sí  y ya no quiebro las tejas pues esta casa solo entra  en silencio cuando quedamos el perro y yo y pues cuando la vecina de al frente no saca su perro de cuerpo minúsculo y ego presumido a pasear por ahí, haciendo escándalo por todo el edificio. ¿Qué tiene que ver el perro? No sé, tal vez lo irritable que hace mis tardes de series o mis noches desica o será porque no tengo quien me saque a pasear, creo que no importa; no podría caminar en las manos, las ensucio y eso me pone molesta.
Otra cosa que me pone molesta es saber que el tio char no hace parte de la familia y que me gusta y no puedo hacer nada frente a ello. 

El suele aparecer y desaparecer constantemente, la lujuria de su cigarrillo acompaña mis noches traviesas de letras y desvaríos.
Todavía recuerdo nuestro primer beso, el ángulo perfecto, el movimiento desviado y suave de su lengua, el calor de su respiración y el pasar gustoso de su saliva sobre mi lengua.  Sin embargo todo quedó en ese primer beso, tanta perfección no podía ser tocada más de una vez. Así que de nuevo se marchó. Yo retome las escaleras crujientes y mi bronceador,  en la azotea tras una tarde de lluvia y calor exorbitante de cuerpos amantes y lúgubres pasiones.
Hoy después de una pelea, digo comida familiar; subo a la azotea  y  detrás de un atardecer naranja abro mis y me doy cuenta que soy muy mala para inventar historias.

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